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Mientras ponía la carnada en los anzuelos del espinel, escuchaba a los pescadores conversar. Era lo más fascinante de su trabajo, imaginarse extraordinarios escenarios de la naturaleza que solo ellos podían ver, las maniobras ejecutadas para luchar contra las ráfagas de viento y olas de metros de altura, las historias de fenómenos extraños para los que no había explicación lógica y lo angustioso, pero también liberador, que se sentía estar ante la inmensidad del mar.
“Yo algún día seré como ellos” sentenció Patricio Figueroa, conocido en la caleta como el Patoto. Tuvo que esperar un año para que a sus 21 se le presentara la oportunidad “Estos otros se cayeron al litro ¿Vamos? le dijo Peluco Olivares y Patoto no lo pensó”. Después de subirse a ese bote, nunca más se bajó de uno , van 35 años y contando. Durante este tiempo vivió por su cuenta todas las historias que escuchaba cuando era ayudante, por eso intentó hacer lo posible por alejar a sus hijos de la caleta.
“No quería que se entusiasmaran con esta pega que es tan sacrificada y les pasarán las cosas que yo he vivido” Pero el olor de la caleta, las conversaciones con los pescadores y ver a su papá llegar con tiburones de vuelta, siempre llamó la atención de Patricio Figueroa hijo, el Patotín, quien hizo la misma sentencia que su padre cuando joven y transformó la pesca en su actividad favorita.
Después de 15 años dedicándose a la construcción, Patotín aceptó la propuesta para trabajar por primera vez en la pesca artesanal. A pesar de la poca fe que se tenía, hoy está por cumplir un año a bordo de ‘El Canito’ junto a su padre como colegas. “Estoy feliz trabajando con él, porque va a heredar todo lo que he aprendido del mar… ahora le toca todo más fácil gracias a la tecnología, yo antes subía la red a pulso con fuerza bruta, me memorizaba las distancias y profundidades, no podíamos predecir las mareas o los vientos, todo era más difícil y peligroso. Yo le digo a mi hijo que esté tranquilo, que conmigo no le pasará nada, porque de todas las que me he salvado, llegué a la conclusión que la mar a mí me ama… yo le digo a ella: ¿nos vas a dejar trabajar tranquilos? ¡Ya, pórtate bien! y ahí recién partimos.
El pescador y el mar son uno solo” nos dice Patoto.
La caleta, componente esencial del patrimonio marítimo, guarda historia, memorias, compañerismo, comunidad, solidaridad, orgullo y oficio; un oficio ancestral, que ha sido transmitido de generación a generación, pudiendo ser la de Patotín, la última de Papudo. “Cada día es más difícil ser pescador artesanal, nos quieren eliminar…la ley de pesca, los permisos, las condiciones de trabajo, todo eso ha influido en que cada vez seamos menos y la mayoría de los que están son adultos mayores” Desde hace más de una década el sindicato de pescadores ha luchado para la construcción de un muelle en Papudo, el que podría responder a muchas de sus necesidades actuales.“
“El tiempo que he trabajado he sido testigo del sacrificio que hacen los pescadores por la falta de un muelle, los viejitos tienen que hacer muchísima fuerza para embarcarse, corriendo riesgo de varar, se van mojados a trabajar en la madrugada. Con un muelle todo sería más seguro, tendríamos sombra, mejores baños y le daríamos dignidad a estos viejitos que se han sacado la cresta durante toda su vida”, dice Patotín con voz afligida.
Al preguntarles por qué accedieron a esta entrevista Patoto toma la palabra “Quiero que la gente reconozca el sufrimiento y la alegría que vivimos, que vean como es nuestra vida,
que nos sacamos la mugrienta trabajando para traerles el pescado a todos ustedes y que necesitamos ser escuchados y apoyados”.